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Desvaríos

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De niño alguna vez pensé en tener un diario, de joven una bitácora, escribo por ahora este prontuario antes de que solo me quede por hacer un testamento.

La torre de Babel. Pieter Brueghel

La torre de Babel. Pieter Brueghel

En español, please

September 21, 2016

En la biblia hay verdades, como no, algo marginales, algo ocultas, pero ahí están. Lo que no se puede hacer es la lectura oficial, porque dios castigó la soberbia del ser humano que, construyendo la torre de babel, quiso tocar el cielo, conocer al señor, darle, y esto no se le pasó por la cabeza a Yahveh, un abrazo a su creador.

Una empresa de toda la humanidad, la concretización del amor colectivo en una obra para llegar a la prometida morada de su padre. A esto llama la biblia soberbia. Esta es la única vez que dios sintió miedo, no ante las huestes infernales, sino a que se le revolucionaran los obreros.

“Pero el Señor bajó para observar la ciudad y la torre que los hombres estaban construyendo, y se dijo: Todos forman un solo pueblo y hablan un solo idioma; esto es sólo el comienzo de sus obras, y todo lo que se propongan lo podrán lograr.  Será mejor que bajemos a confundir su idioma, para que ya no se entiendan entre ellos mismos.” Genesis, 11 5-7

El gran castigo fue la división de las lenguas, la condena de la ignorancia. Desconocedores de sus hermanos, incapaces de entenderse, los humanos se disgregaron hasta que la distancia se transformó en olvido. 

Me desagradan los chovinismos, el patrioterismo barato de las banderitas porque si, la mentalidad insular que esquiva todo lo exterior, el afán de traducirle hasta los apellidos a la gente. En cambio me invade una especie de ternura paternal cuando veo a un extranjero intentando hablar español como buenamente puede, me sonrío y quiero azuzarle como si le hiciera andar en bicicleta por primera vez, supongo que por la sospecha de que me veré yo también en esa situación algún día.

La otra cara de esa moneda es la desilusión que me crece cuando alguien abandona su lengua y sus expresiones por otra que no conoce con la misma soltura, que ni le pertenece ni a la cual se ha hecho pertenecer.

Los pueblos habitan en su lengua. Yo camino entre mis papilas, dando bandazos cada vez que se me antoja una palabra u otra y comienza la catástrofe del habla. Es en esta danse macabre, no… en esta totentanz, tampoco… en este bamboleo perenne, mortífero pero no mortal, donde me busco y a veces hasta me encuentro.

El ritmo de cada paso va implícito en su idioma, la maestría con que Akira Kurosawa enmarca el silencio en sus películas pierde algo de efectividad sin el parco y amaderado sonido del japonés, no quiero escuchar a Roberto Benigni gritando buenos días princesa.

 

Hopefully the leaves won’t touch your boddy when they fall

So you can’t turn them to crystal

Intolerable.

Ojalá que la lluvia deje de ser milagro que baja por tu cuerpo

Ojalá que la luna pueda salir sin ti

Mucho mejor.

 

En la película Nostalghia, un poeta ruso viaja por Italia con su traductora, en el vestíbulo de un hotel ocurre este dialogo:

-          ¿Qué estás leyendo?

-          Los poemas de Arseni Tarkovski

-          ¿En ruso?

-          No, es una traducción, una bastante buena

-          Tírala

-          ¿Por qué? El traductor es un buen poeta.

-          La poesía es imposible de traducir, como todo el arte

-          Te concedo la poesía, pero ¿Y la música? ¿Cómo podríamos conocer a Tolstoy, Pushkin y entender a Rusia?

-          Ninguno de ustedes entiende a Rusia

-          Entonces ustedes tampoco entienden Italia, si Dante, Petrarca y Maquiavelo no ayudan…

-          No, es imposible para nosotros, pobres diablos

-          ¿Entonces cómo podemos llegar a conocernos?

 

Esta imposibilidad me acecha, la creo cierta, estamos condenados a una ignorancia profunda de todo cuanto no es nuestro. Lo creo con vehemencia, cómo podría explicarle a un madrileño, un londinense o un mongol qué es una tonada, cómo suena una bandola, qué crepita en la flama junto al repiquetear de un tambor.

Luego Tarkovsky el director, no el poeta (que era su padre), dice a través de los personajes que la única manera es aboliendo las fronteras de los estados nacionales, estoy de acuerdo hasta cierto punto, pero creo que no es suficiente. En realidad solo es posible comprender lo que es nuestro, solo es nuestro de lo que nos apropiamos genuinamente. Quizás la tonada pueda comprenderla una campesino de cualquier lugar, un laúd palestino es una bandola con ritmo de arena, quizás un canto de lavandera sea lo mismo en un río venezolano que en uno escoces, pero en lugar de pensar en la frontera que separa, hay que pensar en la tristeza, el esfuerzo, la soledad que a pesar de todo nos une.

With Oleg Yankovskiy, Erland Josephson, Domiziana Giordano, Patrizia Terreno.

 

No estoy exento, naturalmente, de recaer en el inglés como una muletilla, una buena parte de la producción cultural que consumo es de habla inglesa. La propia internet es abrumadoramente anglo parlante, tiene sentido, es la manera más sencilla de que nos entendamos un sueco, un argelino, un brasilero y yo.

Así cuando algo me sienta mal en esa especifica combinación de incomodidad y repulsión, más de una vez lo he declarado creepy, aunque la españolísima (no la conocí hasta llegar a Madrid) expresión “me da yuyu” es infinitamente más divertida.

Me muerdo la lengua de vez en cuando porque busco y rebusco una palabra en español para algo que quiero decir y mi cerebro se da golpes contra el inglés como una mosca contra la ventana, adivinando el pescado frito al otro lado, pero incapaz de tocarlo. Es algo que me desespera y entristece, porque uso el español con cierto placer sensual, me gusta enunciarlo, saltarme sus normas, hacerle una reverencia, reírme de él.

Al inglés lo uso, lo respeto, le tengo hasta cierto cariño, hay palabras para las que no tenemos equivalente que atesoro, pero por cariño no quiero abusar de su confianza, por respeto, por la temible certeza de que no importa cuántas veces lea a Whitman en sus palabras hay una belleza que me esquiva, a la que soy involuntariamente insensible.

Por esto trato de no usar el inglés en vano, y al español quiero usarlo y dejarme usar, extenuantemente, amorosamente.

La verdad es que te entiendo perfectamente in english, pero me gusta más que me digan hola  a hello, ¿Cómo estás? a What’s up?, dado el caso me gusta ¿que pasa? o ¿qué más? como decimos en Venezuela. Si alguna vez, por error o por delirio, sientes el impulso de hacerlo, encarecidamente te pido que me digas te quiero mucho más que i love you.

Y no, no es mezquindad, porque sé que si you love me es porque me quieres. Hermana, hermano, amigo, amiga, amante, i love you too; lo que pasa es que i not only love you, i  puedo quererte y puedo amarte, I tengo más palabras para mi amor que love.

En love, todo es el contexto:

I love you man!                 Te quiero, amigo

I love you honey              Te quiero, cariño

I love chocolate                Amo el chocolate

I’m loving it ™                   Me encanta (eslogan de mcdonald’s durante varios años)

Yo disfruto más en español, porque en mis palabras para el amor habita un triple misterio, a veces digo te quiero y quiero decir te amo, a veces escuchan te amo cuando digo te quiero, a veces digo y escuchan te quiero pero los dos sabemos que digo te amo.

Así que háblame con la lengua que sientas tuya, y sobre todo has tuya tu propia lengua, tú músculo, tu saliva, tu aire. Solo en ellos podremos encontrarnos verdaderamente.

La paradoja y el sofisma del poder.

December 24, 2015

Un sofisma, dice el diccionario de la real academia española, es:   “Razón o argumento aparente con que se quiere defender o persuadir lo que es falso”. Un argumento que parece lógico, pero que bajo examen, pierde fundamento. Una paradoja es “Aserción inverosímil o absurda, que se presenta con apariencias de verdadera”. Ambos conceptos están profundamente vinculados, por ejemplo:

La sociedad otorga el poder a los poderosos.

Los poderosos pueden dictar la sociedad.

Para cambiar la sociedad necesitas el poder.

Para conservar el poder tienes que dejar la sociedad como está.

La premisa es tan ridículamente falsa que, como toda gran mentira,  parece indiscutible y se la repite y vive con una firmeza militar.

Sin embargo bastaría una sola pregunta para desbaratar el argumento, podríamos por ejemplo preguntar:

¿Cómo llegaste al poder?

No, esa no es la pregunta, si llegaste al poder para cambiar las cosas es seguro que nadie te lo concedió por pura buena voluntad.

¿Cómo tomaste el poder?

Tampoco, pero casi. Es también seguro que nadie se dejó el poder olvidado sobre la mesa de noche, como aburrido de él, para que lo tomaras en un descuido.

Sospecho que el poder tampoco se le cayó al poderoso del bolsillo, que lo tiene aferrado con puño firme.

¿Cómo arrebataste el poder a los poderosos?

Eso se parece más a la pregunta y también:

¿Qué hiciste para asaltar el poder?

¿Luchaste contra él?

¿Te peleaste con los poderosos?

¿Te negaste a aceptar su poder?

Hablo del poder como de un monolito, perfecto, inquebrantable, porque ese el modo en que los poderosos nos han enseñado a hablar de su poder, su poder insulso y cobarde, aunque efectivo sin dudas.

El poder que ostentan los amos es el de las investiduras, el que dan las cintas, las diademas, las medallas, los anillos, etc. De tanto adornar el poder en algún momento los adornos comenzaron a dar el poder.  

El poder último es el del dinero, la más grande abstracción de la humanidad, que intercambiamos a diario convencidos de que es algo más que papel. Todos sospechamos al fin y al cabo que un obispo sin el traje rojo es un gerente ricachón que solo trabaja algunos domingos, lo mismo que Darth Vader sin su armadura es un señor con un caso de asma severa.

En realidad no vale la pena arrebatarles el poder porque su poder es burdo y estéril, se lo puedes quitar de un manotazo, como quien hecha por tierra un fruto podrido, pero no quedarte con él, esa es la trampa, si te quedas con su poder abrazas su lógica y su lógica es ese sofisma absurdo.

Si llegas al poder para cambiar las cosas llegas en los brazos de otro poder, al mismo tiempo más real y más poético, la voluntad acerina de quien no tiene nada que perder.

En otra trampa del lenguaje aceptamos la validez de la abstracción del dinero pero negamos la realidad del abstracto deseo, en realidad es el deseo el que nos mueve, el que clava el arado, el que mueve el lápiz, el que hala el gatillo, somos esclavos del deseo porque el deseo es el signo más libre de la humanidad.

Pero el caribe es magia cotidiana y es natural que el más abstracto de los dones sea para mí algo tangible, una fruta madura de esas que se toman con la mano al borde de la carretera.

Todo este divagar viene en los talones de dos procesos electorales que me ha tocado vivir recientemente. Por una parte el de mi país, Venezuela, donde el pueblo abrumadoramente reveló su decepción con el proceso de cambios que inició hace casi 20 años, digo decepción porque no cuento en mi pueblo a los que nunca arriesgaron para ser ellos mismos,  sino a los que una y otra vez dieron la cara y el corazón por defender su futuro y que en los últimos dos años se quedaron abandonados, nuevamente traicionados (voluntaria o involuntariamente), con la esperanza anudada al pecho.

Me pregunto una y otra vez en qué momento nos dejamos atrapar por el sofisma del poder, cuándo empezaron las concesiones a la realidad impuesta por los antiguo amos, en qué momento resultó más vital conservar el poder (ese poder manoseado que heredamos de los carroñeros) que transformar nuestra realidad.

También viví hace poco en España, como un hombre de treinta años, lo que viví en Venezuela como un adolescente de trece: el germen de una alternativa para el cambio en una sociedad temerosa y acostumbrada a su prisión. “Podemos” adolece de contradicciones y defectos, indefiniciones y angustias, como buen adolescente. También tiene la fuerza juvenil necesaria para despreocuparse del poder vetusto que blande el bipartidismo y, espero yo, acordarse de que en lugar de hacerse con el poder envejecido tiene que suplantarlo con los bríos del futuro que irremediable, urge por nacer.

No restan “los perseguidores de cualquier nacimiento”, como diría Silvio, ni los embalsamadores que confunden la tristeza con el cadáver de la esperanza, pero creo en la inevitable victoria de la humanidad, cueste lo que cueste. Creer es mi razón de existir, esa abstracción, dulce y ácida como un durazno firme.

Resumen de noticias - Silvio Rodríguez - Al final de este viaje en la vida (1978)


Ojalá

November 14, 2015

Como tantos otros, no puedo dejar de pensar en París, una ciudad tan omnipresente que a uno le parece conocerla aun sin haberla pisado jamás. La verdad es que no oso conocerla (aunque espero visitarla), la comprendo ajena, misteriosa e inaccesible. La París que añoro, paladeada por otras bocas, es la melancolía de hombres y mujeres que ya han muerto.

Pienso en París y pienso en los impresionistas, sus escenitas burguesas llenas de color, o mejor dicho, sus coloridos escenarios llenos de burgueses.  La barba de Monet paseando entre jardines, las artríticas manos de Renoir trazando magia sobre un lienzo y las eufóricas naturalezas muertas de Cézanne.

Pienso en Pierre Louÿs y sus depurados excesos, la métrica exacta con la que embriaga sus palabras. Pienso en Marcel Schwob casi con delicadeza, como si el pensamiento fuera frágil o efímero y se me desvaneciera a veces en oscuros pasadizos. En parís expiraron como el último titilar de una estrella, los anteriores y mil más, Satie y Ravel, Baudelaire, Wilde y Bretón. La París que yo recuerdo aun sin conocerla, es como un cementerio de elefantes o una playa helada del sur del mundo: el lugar legendario y secreto donde van a morir las maravillas.

Nunca he sido bueno con las citas literarias, tengo una gran memoria para las canciones, algunas películas y muchas series animadas, pero con la literatura (o al menos con la prosa) mi memoria nunca ha sido diligente. Aun así hay una frase que puedo citar sin previo aviso como si fuera un acto reflejo:

“Sí, pero quien nos curará del fuego sordo, del fuego sin color que corre al anochecer por la Rue de la Huchette...” así empieza una parrafada larga, tres páginas del capítulo 73 de Rayuela, que es a su vez el primero.

Sé a través de google maps que la Rue de Huchette, está paralela al Sena, cerca del puente de Saint-Michel, el mismo google maps dice que solo debemos caminar 350 metros para plantarnos ante Notre Dame. En ese “primer” capitulo Julio Cortazar me habla de una París carcomida por la niebla, ya no encarnada y decadente como la de Hemingway sino vencida, derrotada bajo la cotidianidad, una París de ancianato, con todas las memorias de su gloria apelmazadas bajo la almohada. Por esto los personajes, seguros de que el gran incendio del siglo ya ha pasado y que solo les queda vivir las cenizas, se proponen arder ellos mismos, sin descanso, para siempre.

Ahora que veo a esa ciudad, esperpéntica y hermosa a partes iguales como si la hubiera dibujado Touluse Lautrec, sufriendo tan terriblemente y sabiéndome tan lejos de sus calles pero también de su dolor, de sus dos rostros doblemente tristes y de sus miedos reptantes, extraño sobre todo a las voces familiares que me la han relatado mil veces.

Extraño a Cortazar y lo que tendría que decir, él era mi corazón en Francia, y al descansar en Montparnasse un poco de mi corazón yace allí, quizás por eso duele ahora.

Ojalá y no tuviera que sentir vergüenza, de mi propia humanidad y de mi memoria, de la calma que me cubre, de los kilómetros que me separan de la sangre, pero la siento a diario con mi propio país y continente. Se me vienen tantos franceses y europeos a la mente que no los puedo contar, pero aunque lo intento con ahínco no puedo recordar una sola letra del nombre de aquel poeta Africano que me relampagueó el alma cuando tenía 17 años, ni de aquel Iraní que veía el universo en su taza de café. Inmediatamente relaciono Marruecos con “La muerte de Sardanápalo” y los “Fanáticos de Tanger”, dos magníficas pinturas del frances Eugene Delacroix. De Egipto y de Iraq solo conozco las piezas de museos, robadas en otros tiempos y ahora exhibidas en Berlín y en Londres. De Siria sé poco más que los olivos y su historia reciente manoseada y sangrienta, no siempre por los Sirios.

Mi África y mi Oriente Medio son una triste laguna y cada vez que me acerco noto que el agua, densa y turbia, está sanguinolenta. Ojala y no tuviera que avergonzarme de mi ignorancia ni del colectivo estremecimiento que nos sacude cuando las explosiones truenan en nuestras ventanas, pero que se desvanece cuando las bombas caen entre las dunas. Si en el desierto se pierden las huellas y los caminos, entonces está claro que nuestra memoria es un desierto

Ojalá y la Religión no fuera la excusa perfecta para que lo más pobre de los hombres se arme de cobardía y de balas para pavonear su crueldad sin forma. Ojala y la rabia y la indignación que justamente sentimos no sea transfigurada por la desesperación de los inocentes ni por los comerciantes de la tristeza, esos que tan acostumbrados están a rumiar los huesos de la tragedia.

Ojalá, Ojalá, law sha'a Allah, si dios quisiera.

Ese dios que aún los ateos invocamos no es el mismo que blanden los crueles desesperados como espada, ni ante el cual se alzan los maquinadores de siempre como escudos.

Alfred Eric Leslie Satie (Honfleur, 17 May 1866 -- Paris, 1 July 1925) was a French composer and pianist. Starting with his first composition in 1884, he signed his name as Erik Satie. Satie was introduced as a "gymnopedist" in 1887, shortly before writing his most famous compositions, the Gymnopédies.

El parque los Caobos

October 27, 2015

El parque los caobos es un bosque de algo más que de árboles, además de los enormes árboles titulares, los acentos de bucares y los setos rebeldes, también le son endémicos los carritos de helado, depredadores diurnos y nocturnos, los perros, los niños y las estatuas.

Cada bosque posee sus propias reglas, sus ciclos y su clima: mientras los grandes árboles se entretienen en capturar los sonidos de la ciudad y ahogarlos entre sus ramas, abajo los perros son un boceto fugaz que chapotea en la fuente o en los charcos de agua, los niños examinan los volcanes de bachacos con el mismo interés destructor con que se pasean ciertos individuos sombríos por los caminos más solitarios del parque. Todos estos mundos me son ajenos, algunos huyen de mi a la inevitable velocidad de mis años, de otros huyo con el paso acelerado de quien se sabe en peligro.

De todos los bosques que coinciden en el parque es el bosque de las esculturas el que me fascina. A pocos metros está el jardín de las esculturas del museo de bellas artes, confinado y virgen tras las paredes del museo, pero en los caobos las esculturas crecen salvajes, a mitad del camino, como un accidente topográfico o como una ceiba desafiante en medio de la sabana.

Hay una yegua feroz que exhibe ruedas de carreta y una crin despeinada tras un pecho desafiante, las ruedas, estáticas, parecen estar allí solo para contener el indudable poderío de la centaura desbocada. Hay un rostro desmigajado que escucha su propio reflejo y apuesta su otra mejilla al cielo. Los ojos huecos de ese gigante roto miran al cielo extrañados e inertes, quizás anhelando glorias pasadas.

Ese rostro agrietado escucha en el viento y lee en el cielo lo que anuncia otro habitante del parque. “un hombre no es un pájaro y debe soportar la ruindad de estar unido a la tierra como los ángeles al cielo”. Si el pobre Ícaro se despeñó hasta el suelo por haber volado muy cerca del sol es entendible que haya sido cerca del caribe, donde el gigante de fuego parece a la vez más rugiente y más dócil que en otras latitudes. Ícaro yace sentado, viejo y cabizbajo, las correas de sus violentas alas rotas y el brazo derecho perdido, extraviado de la realidad tal vez por vergüenza o cansancio.

“Un hombre no es un pájaro”, dice el pedestal que lo eleva sobre la tierra ruin y fértil. A su alrededor, niños corren persiguiendo sombras y papeles, agitando los brazos al ritmo de un colibrí.


La Revolución de Sísifo

October 5, 2015

Los dioses fueron los primeros amos, para mucha gente son aun los únicos. Los dioses fueron o son aún, quizás, amos tan primigenios, que los amos más burdos, transitorios, mortales, como los reyes, los líderes religiosos, los estados elegidos, algunos presidentes, otros tantos famosos, ciertos bancos y hasta los dólares, invocan el derecho divino como origen de su regencia.

Los dioses fueron los primeros amos y, como todos los amos, divisaron mecanismos para mantenerse en el poder. Visto así, se entiende que el cielo y el infierno son cláusulas contractuales, que el paraíso es exactamente la misma trampa que la zanahoria en el palo de la escalada social, que el Hades y el averno son tipos de interés eternamente al alza.

Si los dioses fueron los primeros amos, Prometeo fue el primer revolucionario y como tal se hizo de él un castigo ejemplar: por el inimaginable atrevimiento de llevar el fuego, que era una marca registrada del Olimpo, a los humanos, se le encadenó a una roca y cíclicamente un águila (que yo voy a asumir era calva) devoraba su hígado durante el día. Por la noche, que duraba lo justo, el órgano se regeneraba para así permitir al águila reanudar su festín al despuntar el alba, vamos, una crisis financiera, una burbuja hipotecaria, el sistema económico mundial, en dos platos.

Por un pleito similar botaron a Eva y Adán del Edén. La serpiente fue la ideóloga pero fue Eva la que, precursora de Wikileaks, le quitó una manzana al árbol del conocimiento. La verdad es que Yahvé había sido muy claro, le había dicho (más o menos y parafraseando): “ No comas de este árbol porque a mí me da la gana, las razones no te las digo porque no necesitas saberlas (porque me da miedo que las sepas, y esto no lo dijo), tu solamente tienes que saber que puedes vivir en paz (aunque no tengas concepto de la vida) que puedes ser feliz (aunque la felicidad sea aburrida) siempre y cuando vayas derechito y por la sombrita”.

Pero la gloriosa curiosidad de Eva le ganó a las normas y Adán hizo la única cosa inteligente que se le conoce: prefirió anudarse a las caderas de Eva que a las alas de los serafines.
 

Luego vinieron los documentos oficiales y la carta de despido y trataron de disminuir su papel y de hacer creer a la gente que la cristiandad es una cosa patriarcal, pero es a la gran matriarca (a quien imagino con caderas más anchas, labios más gruesos y tez más oscura de lo que la imaginó Durero) a quien debemos el glorioso desafuero en el que vivimos.

Ojeando un poco más el contrato, del cual hay innumerables copias no oficiales, en versos, mitos y leyendas, nos damos cuenta de que a nuestra porción de humanidad nos ha tocado el papel de Sísifo. El suplicio de Sísifo es rodar una roca muy pesada (tan voluminosa y pesada como podía concebirla un dios), hasta la cima de una ladera del inframundo y dejarla caer por el otro lado, pero cada vez que se acercaba a la cima el peso de la roca se hacía insoportable y sus fuerzas fallaban, deslizándose la roca otra vez hasta el comienzo del camino.

Las personas que no solo no estamos conformes con el modo en que funciona el mundo sino que creemos que puede funcionar de otra manera, estamos cansados de ver y vivir cada dos por tres este escenario, subimos y subimos, enjugando estoicamente sudor, lágrimas y sangre. La roca por su parte hace mucho que dejo de ser piedra sino una inmensa pelota de mierda que crece y crece mientras los amos de turno, los cobardes y los inútiles se cagan en nuestras esperanzas.

Algunos resisten más que otros. Algunos más, drenados de todas sus fuerzas, se ahogan en la mierda que les envuelve y se nutre de ellos y pasan a formar parte de la pelota.

A uno y a otro lado los rostros dicen lo mismo sin enunciar jamás las preguntas:

¿Va a ser siempre igual?

¿Estamos condenados a que los zarpazos  de la rapiña, el desespero y el desencanto nos consuman todas las fuerzas?

¿Hasta que nuestra mayor aspiración sea mantenernos en el tope de la bola y que otros nos empujen?

¿El éxito es sonreír haciendo malabares mientras mantenemos el equilibrio sobre un estercolero?

 

Y hay seres valientes que insisten, seres infinitamente más fuertes que yo o que tantos otros encuentran maneras de reducir las dimensiones de la bola, de animar más fuerza y convocar más gente para apuntalar los hombros y subir. Y por breves instantes el aire se limpia y trabajamos cantando porque nos sentimos fuertes, pero justo antes de la cima los amos cagan toda la ladera y matan y arrebatan a las manos necesarias y nos despeñamos todos de nuevo hasta el fondo, con una carga el doble de pesada y mucho menos que la mitad de nuestras fuerzas.
 

Es entonces que nace otra pregunta, una pregunta que habita en todos pero que pocos se atreven siquiera a pensar.

¿Por qué? ¿Por qué hay que empujar la mierda? ¿Por qué subirla por esta colina, como si en la cúspide fuera a apestar menos?

La verdad es que se ha intentado y basta con dar la espalda a la colina para que el resto del infierno, o del contrato, se nos venga encima.

Golpes de estado, deudas eternas, tratados de comercio, resoluciones arbitrarias, listas negras, acusaciones de terrorismos, guerras preventivas, la siempre tácita amenaza nuclear, etc. Todo pasto para que los miserables locales, la gusanera que nace y se alimenta de la pelota de mierda, se crezcan y se apoderen de las pocas fuerzas que nos quedan.

Definitivamente no se la respuesta a esta pregunta, solo sé que no se puede ganar un juego que para existir necesita que nosotros perdamos, solo sé que yo nofirmé ningún contrato, que el pecado de Prometeo fue amarme o amarnos, que el de Eva fue ser humana y tener ansia de verdad, que el de Sísifo fue codearse con los dioses, no temerles, saltarse sus reglas (le acusan de robar como ellos, matar como ellos, pero sin la inmunidad que da el poder), también atreverse a ser un ser propio con su propio camino, engañarles, ser más inteligente, atreverse a arrebatarles el secreto divino de vivir, errar y crecer.

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