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Desvaríos

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De niño alguna vez pensé en tener un diario, de joven una bitácora, escribo por ahora este prontuario antes de que solo me quede por hacer un testamento.

Fotografía tomada en una manifestación de solidaridad con el pueblo palestino... en enero de 2009, nada a cambiado.

Fotografía tomada en una manifestación de solidaridad con el pueblo palestino... en enero de 2009, nada ha cambiado.

VOCES

May 9, 2024

La voz del silencio

El eco es la voz del silencio, 

El silencio es la garganta de la muerte,

Muerte, la última palabra que enunciamos,

Justo al momento de callar, finalmente.

Son incontables las palabras que se han pronunciado, y las que se pronunciarán, las vibraciones de aire moldeado por cavidades de carne tibia, elongándose hasta el infinito mientras pierden todo sentido. Breve es el espacio en que el habla tiene presencia, significado. El sonido se pierde en la distancia y los obstáculos, rodeando objetos, rebotando de cavidades, rompiéndose contra escombros, a veces vuelve sobre sus pasos en forma del elusivo y casi burlón eco. El tiempo de la palabra es acaso más breve que su espacio, sin embargo está infinitamente repetido en grabaciones, transmisiones y retransmisiones, pantallas y bocinas, eco perfecto y artificial, más fácilmente ignorado por la costumbre y catalogado ya como ruido por el burocrático cerebro.

Bien sabido es el dilema filosófico: “Si un árbol cae en el bosque, y no hay nadie para oírlo, ¿Hace ruido?”, actualicémoslo:

Si una o muchas bombas caen sobre millares de personas, en una tumba al aire preso, sin paredes, eternamente menguante, y deslizamos suficientemente rápido la pantalla, o tenemos silenciada la aplicación de Instagram, o el video de youtube, o está sonando algún tema de eurovisión ¿Se escuchan los gritos?

La voz de Engler

Siempre es raro escuchar una grabación de la voz propia, se siente deforme, típicamente más aguda de lo que la reconocemos, llena de pequeños defectos, vibratos o vacilaciones, respiros que traicionan la sobria contundencia del pensamiento. Desde que los smartphones se han popularizado, hace ya casi dos décadas, abundan las fotos y videos infantiles, la tercerización de la memoria se ha masificado y “democratizado”; también se ha diluido, lo importante no es el recuerdo sino el registro ¿Para qué tener nostalgia cuando se pueden tener archivos? Hace 20 años sin embargo no era tan abundantes, hace treinta, un pequeño lujo, y así, década tras década que retrocedamos las fotos y las grabaciones, esa capacidad de fijar el tiempo a un objeto cuasi permanente se va convirtiendo en un rasgo de élite, hasta que por fin desaparece en un baño de mercurio en la primera mitad del siglo XIX.

En mi niñez mis padres tenían un grabador de periodista, que utilizaron entre otras cosas para grabarme siendo casi un bebe, algún audio se ha conservado. En mi memoria, en mis manos de niño, el grabador tenía el tamaño de una ladrillo, pero seguramente era algo menor que un paquete pequeño de café, de esos que vienen envasados al vacío. Me es imposible reconocer la voz del niño de 3 o 4 años que suena allí como la mía; perdido en el tiempo y el espacio no solo no recuerdo como sonaba sino que, aunque sé que lo fui y tengo ecos de ese tiempo en mi memoria, apenas recuerdo ser ese niño.

Hay algo fascinante en la voz inarticulada, tambaleante, de un niño pequeño, algo poderoso y tenaz. En el balbuceo repetitivo de sus lenguaradas un bebe reclama su humanidad, esa lucha por doblegar el lenguaje es también la lucha por dar forma a sus pensamientos. Si al principio fue el verbo entonces cada chapurreo incoherente es un acto divino conque el niño manifiesta el mundo.

 

La voz de Therru

Yo sé cómo suena la voz de Therru.

Therru es una niña en las novelas de Terramar, de Úrsula K. Leguin, una cicatriz en la propia página donde aparece su nombre, cada vez más honda, cómo una cosa palpable, una arruga en el papel que resulta incómoda a los ojos para recordar que incluso en la fantasía más luminosa existe el horror.

Therru no habla mucho, probablemente siente vergüenza de su voz. El calor o el frio le indican que lado de la cara mostrar, en el otro no siente nada, y lo mantiene alejado de la vista; también siente vergüenza de su cara, deforme y quemada, la piel derretida por una hoguera cuando era muy niña.

A Therru, antes que el nombre de muchas cosas, le enseñaron el nombre de la muerte, después de haber sido golpeada y violada, la arrojaron al fuego a morir, pero fue salvada por la ternura, la obstinación, la vergüenza y la rabia de dos mujeres que lograron rescatarla.

Durante toda la novela “Tehanu” y también en “En el otro viento” cada vez que Therru habla, Úrsula se esmera en transmitir exactamente como suena la voz de Therru, la describe en detalle, dolorosamente, como posiblemente era para la niña el acto mismo de hablar y sin duda el acto de escucharse. Constantemente usa palabras como “husky”, “hoarse”, “unclear”, “whistling”, “faint”; ronca, áspera, poco clara, sibilante, débil.

Yo sé exactamente cómo suena la voz de Therru, la he escuchado. 

La escuché en medio de una muchedumbre, agolpada a las faldas de las ruinas deformes de un edificio, que se apartaba para dar paso a hombres de expresión adolorida y fiera. Llevaban una camilla y en la camilla llevaban a un niño, la piel completamente quemada, arrugada como un papel desecho, confundida con la ropa en un amasijo rojo, negro y violeta que intentaba llorar pero no podía; el micrófono captaba el gorgoteo “ronco”, “poco claro”, “sibilante”, “débil”, “áspero”, de su desesperación. Escuché su quejido no más de 2 segundos, pero es un sonido difícil de olvidar, me rebota dentro del pecho haciendo eco en el aparente vacío de mi cuerpo, donde deberían estar el corazón y las entrañas y todo eso que se encoje y reverbera con el dolor ¿Está vacío? ¿Se ha quedado vacío? ¿Fue vaciado?

Los hombres que llevaban la camilla habrán escuchado a ese niño, ese despojo de niñez, por mucho tiempo aún mientras buscaban algún sitio donde atenderle ¿Habría algún hospital en pie en Gaza todavía? Imagino que no olvidarán nunca ese sonido, imagino que quizás no podrán escuchar ya otra cosa en su vida, que, para ellos, la voz de ese niño será para siempre el sonido del mar, el silbido del viento, el eco de una bala.

Tags voces, niños, gaza, tehanu, therru, Ursula K. Leguin, earthsea, terramar, silencio

“Heyiya-if”, el símbolo sagrado de los Kesh, en un lejano futuro.

Autoretrato con porfía

October 31, 2023

El lienzo:

En cualquier rincón, sobre cualquier acera, abandonada, tirada al suelo como un desecho, está la realidad. Arrugada, manchada de aceite, chocolate o lápiz labial; junto a ella hay cigarros, hojas muertas y pequeños panfletos que exhiben en la carne de alguna mujer anónima la promesa de olvidar la miseria propia vertiéndola sobre sus senos, jóvenes o viejos, siempre turgentes y siempre marchitos.

La realidad está arrugada sobre el suelo y si intentas atraparla una ráfaga de viento se la lleva un poco más lejos. A veces te parece percibir algo, unas letras o una imagen que toman forma brevemente en el tambaleo errático del burruño… ¡Si solo pudieras tomarla! desenredarla o alisarla, deshacer sus infinitos pliegues y asirla por un instante entre tus dedos;  adivinar lo que dice, lo que propone o quizás lo que vende, acaso la miseria de una mujer anónima.

Un día tienes suerte y arrinconas a la realidad, el arrebato de aire que ha formado un autobús al pasar la dejó aprisionada en una esquina y allí, completamente a tu merced, se revuelve enloquecida contra la pared tratando inútilmente de escapar.

Tomas la realidad entre tus manos y luego de mucho desdoblar y alisar arrugas y soplar polvo y usar saliva (es lo que tienes a mano) para limpiar manchas, ves la imagen de una calle llena de desechos y pequeños panfletos y cigarros tirados y hombres sin rumbo persiguiendo papeles al viento.

El medio:

Cree el sol que nos dibuja, pero se equivoca. Arremete suavemente contra nuestros bordes y revela indistintamente ladrillos, calvas y caderas, mas sin embargo ¿Quién no sabría esculpir un talle amado sobre el vacío, aún en la más absoluta oscuridad?

Me siento blasfemo, pienso que la única religión medianamente justificable sería el culto al sol, padre poderoso e indolente en cuyo gentil sueño vivimos y por cuya rugiente ira desapareceremos finalmente, consumidos en su terrible majestad.

Con la materia de mi cuerpo voy dando giros a través del aire y del tiempo, un arabesco ingenuo que se entrecruza con otros tantos millones, dejando rastros, piel y palabras muertas. ¿Cuál es mi forma? ¿La de estos centímetros y estos gramos, y estos dedos? ¿O quizás la cicatriz en el aire que se extiende a través de este universo? Mil tentáculos enmohecidos y helados por el tiempo y la intemperie, serpentinas en el vacío tejiendo una corona alrededor del sol.

Palimpsesto:

Detrás de cada signo hay otro signo, detrás de cada gesto un gesto viejo. Superpuesta en infinitas capas, la vida es un palimpsesto sin memoria, sin objeto. No hay mensaje oculto porque tras el mensaje se atisba un acertijo previo.

¿Qué hay detrás del aire? Cuando entornas la mirada para entrever la palabra detrás de la palabra, el dibujo más allá de la pintura… El conocimiento no permite dilucidar nada, solo consigue hacernos conscientes de más capas.

Pocos pasos más allá de mi domingo una niña corre con un abrigo muy rojo que contrasta perfectamente con el gris verdoso de la acera, la tarde la recorta en tonos cálidos y en el leve repicar de sus zapatos hay un ritmo musical, ya no es solo una niña, es también una mancha roja con una luz de recorte dorada y la síncopa de un punto y llanto. Es también el recuerdo de una foto vieja frente a una panadería cerca de mi casa, también es el eco de otra niña teñida de rojo bajo la luz cálida de las llamas en Gaza.

La firma:

Un hombre tiene muchos nombres, tantos como voces lo hayan entonado y ha sufrido tantas muertes como olvidos sus menciones. Toda firma es, pues, un epitafio. Súmese la mía en la elegía de las sombras, sin modestia y una pizca de inevitable esperanza, que “la luz es la mano izquierda de la oscuridad”.

Heya- Heya

Engler Bracho.


Tags Ursula K. Leguin, autoretrato, literatura, punto y llanto, palimpsesto

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Nacer sin tiempo

es un problema

muy habitual

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de sus entierros…

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